domingo, 4 de abril de 2010
El enterrador
Era tanta la adoración que Luis sentía por el mundo de los muertos que decidió comprar un pisito cerca de un cementerio con vistas a este. En las noches, cuando había funeral, esperaba expectante a la salida del aura de alguno de los difuntos enterrados. Para quién no sepa de lo que hablo aclararé que casi todos los cuerpos una vez enterrados, a los pocos días explotan y aparte del sonido que producen dichas explosiones, por las tapias de los cementerios se ve salir como una neblina rosa, que no es más que el gas que suelta el difunto al estallar y mezclarse con el aire de la atmósfera. A este fenómeno mucha gente como Luis lo denomina la salida del aura. Púes bien, a Luis, nuestro personaje, le encantaba pasear sobre todo en las tardes de lluvia por las callejuelas más antiguas del cementerio, sentía paz, le encantaba el olor de los cipreses y muchas veces bajaba a algún que otro panteón a relajarse y a leer un poco. Una tarde lluviosa de otoño, paseaba por el campo santo tranquilo, cuando de pronto notó una mano fría como el hielo sobre su hombro, se volvió y vio el rostro de la persona que había posado sobre él la mano. Era el viejo enterrador con el que tenía una estrecha amistad y lo había seguido para gastarle una broma. A Luis no le hizo mucha gracia que digamos y se fue refunfuñando hacia su casa. Cuando llegó lo esperaba su mujer con la cena puesta encima de la mesa, se sentaron y Luis le contó lo sucedido con el viejo enterrador. La mujer, Isabel, no daba crédito a las palabras de Luis y con asombro se dirigió a él asustada y le dijo.
_No puede ser Luis, precisamente te lo iba a contar ahora, me enteré esta tarde, el viejo sepulturero a muerto, me crucé esta misma tarde con una de sus hijas y me lo contó todo.
Asombrado y con resignación Luis se dirigió a su esposa.
_ ¿Como que está muerto?, sí lo he visto con mis ojos hace un momento. Dijo el aturdido, a lo que ella le contestó.
_Debe ser una equibocación, yo solo te he contando lo que me han contando a mí. Le respondió su esposa.
_Bueno aclararé esto de inmediato Dijo Luis sin más.
Luis cogió rápidamente el chubasquero para cubrirse de la lluvia y se dirigió al cementerio, llegó en cinco minutos y se dirigió hacia el panteón familiar que poseía el enterrador. Bajó las escaleras y corrió hacia el nicho que guardaban los restos del enterrador, aún no había sido cerrada la bóveda, por lo que decidió ver con sus propios ojos si el enterrador estaba dentro del ataúd. Con frialdad y con mucho miedo sacó el ataúd del nicho e intento abrirlo pero estaba cerrado con llave, todos sus esfuerzos se vieron mermados, así que decidió buscar una palanca con la que abrir el ataúd. Salió del panteón, pensó un rato bajo la lluvia y por fin recordó que en la entrada del cementerio había un cuarto donde el viejo enterrador guardaba sus herramientas. Fue hacia la habitación y rebuscó entre las herramientas hasta que divisó una palanca, la cogió y corrió hacia el panteón. Una vez dentro forzó el ataúd y quedó perplejo con el cadáver que había dentro del, era el cuerpo sin vida de su mujer Isabel, se puso a llorar y a abrazarla, estaba horrorizado y confundido, cuando de pronto…….,notó una mano consoladora sobre su hombro. Se volvió aturdido y lo que vio lo dejó aún mas perplejo, era el rostro del viejo enterrador que reía a carcajadas y le dijo sin más……”ahora si te he dado un susto de muerte”.
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